Cerdeña: este hermoso rincón del mediterráneo.

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Nuestro viaje comenzó el 31 de Julio de 2023. Salida de Madrid, destino Cagliari, Cerdeña.
Mucha ilusión por conocer esta isla de aguas transparentes. En el aeropuerto, recogimos el coche fiat 600 de la compañía de alquiler Maggiore. Como el pasado año en Sicilia, la gestión fue eficiente y amable.
Una vez en la carretera , nuestro destino era el agroturismo L’Orto, cerca de Villa Milis, en la parte centro-oeste de la isla.

La piscina del agroturismo


Durante el camino, el paisaje era mediterráneo y nos resultaba muy familiar. Grandes extensiones de terreno agrícola, con el heno recogido en redondas alpacas, con algún olivo salpicando el paisaje, y altas montañas en la lejanía. Reminiscencias de sus parientes lejanas, las islas baleares.
Tras hora y media de viaje, llegamos al Agroturismo de Francesca.  Su  pareja, fue quien nos recibió.  Nos guio al que seria nuestro alojamiento en los siguientes dos días. Unas casitas adosadas que eran en si, habitaciones grandes con baño. A la entrada, una pequeña  mesa y dos sillas invitaban a disfrutar de la verde pradera. La habitación estaba decorada de manera sencilla y campestre. Me enamoró la gran ventana, que como un hermoso lienzo de árboles, transmitía paz y tranquilidad. La piscina en forma de riñón, un poco más alejada, era también preciosa, solitaria, rodeada de zona verde para disfrutar de  la sombra, con plantas y flores, que invitaban a saborear la belleza del lugar. A destacar la amabilidad del anfitrión que nos obsequió con una botella de agua y de cerveza para paliar la sed. La casa principal decorada con buen gusto. Soplaba una brisa suave, que hacía la estancia agradable.
Hicimos una breve excursión al pueblo cercano de Villa Milis, para comprar provisiones. Encontramos un pequeño, pero bien abastecido supermercado, que tenía de todo lo básico y de buena calidad. El embutido y los quesos, maravillosos. El pueblo era pequeño. Transmitía una sensación parecida a la sentida en Sicilia en pasado verano. Pocos residentes habituales, pero tiendas, aunque pocas, bien abastecidas.
Para cosas más específicas, hay que desplazarse a Oristano, un pueblo más grande con sus correspondientes y anodinos centros comerciales en las afueras, aunque también con el encanto de su zona centro, antigua, con sus iglesias barrocas, y sus calles estrechas.
Por la tarde, y tras la siesta, fuimos a la playa de  Is Arutas, curiosa por su arena, que se asemeja al arroz por su origen de cuarzo. Sin embargo hacía  viento y no hacia agradable el baño. Estuvimos allí una hora y después volvimos al alojamiento donde teníamos reservada la cena.

Playa de Is Arutas, phto by Isabella Pirastu


Fue muy sabrosa y abundante. Unos entrantes, teniendo en cuenta que soy celiaca, de queso, berenjenas, y como una ensalada de pulpo, cortado en lonchas muy finitas y muy bien aliñada. De primer plato, un arroz original de la zona y de segundo, un gran pescado a la brasa con  guarnición. De postre, queso con una especie de mermelada encima. La cena fue entretenida. Fue en el  porche de la casa principal. Agradable, fresco (una chaquetita venía bien) y coqueto. Había otras dos parejas de italianos mayores comiendo en una mesa cercana a nosotros y otro señor solo, que llegó más tarde. Los gatos zalameros acompañaban con sus gracias. Sin olvidar, los mosquitos y otros bichos voladores, avispas sobre todo, que también querían participar del ágape. Afortunadamente los dueños estaban preparados y pusieron en funcionamiento unos colgadores de humo disuasorios. Pudimos cenar en paz.
Un placer  dormir con la ventana abierta, sin calor, y con ese olor a campo, que tanto valoramos los que vivimos en la ciudad. El despertar maravilloso, con esa sensación de calma, que transmite estar libre de despertadores, trabajo y obligaciones. Y el bienestar de sentir la compañía cercana de mi hija, a la que tanto quiero y a la que tanto echo de menos durante el resto del año.
Al día siguiente, desayunamos en el mismo porche. Esta vez la disposición de las mesas era original. Todas juntas, como si de un banquete de boda se tratase. La idea es buena ya que nos permitió socializar con el resto de huéspedes. Había una familia holandesa con dos niñas pequeñas y una pareja de italianos. Él había trabajado para una firma de joyería italiana en Madrid  y hablaba bien español. El desayuno fue variado, con ciruelas recién cogidas y productos sin gluten. Aceite y tomates, que sabían a tomate. Embutidos, quesos, yogures y zumos. Café y leche para mi hija. Leche vegetal para mí. Después de desayunar, decidimos ir hacia la playa de San Giovanni Sinis, cercana a las ruinas de Tharros, que visitaríamos por la tarde.

Ruinas de Tharros


Pudimos aparcar bien, cerca de la playa sin tener que pagar. El pueblo era pequeñito, blanco, con urbanización de playa, en versión más rústica y no muy turística.
La playa era bonita, de aguas cristalinas y tranquilas. Pudimos bañarnos  y disfrutar de esa agua maravillosa. Con la sombrilla que compramos estuvimos muy cómodas. Turismo local y familiar. Pocos extranjeros.
A la hora de comer fuimos hacia las ruinas de Tharros. Allí, antes de entrar al recinto, hay un quiosco y un mini restaurante. Las reseñas de  internet eran buena pero con pocas opciones para celiacos. Sólo pudieron ofrecerme una ensalada, un tanto escasa. Afortunadamente, la visita al recinto arqueológico merece la pena y pronto quedó olvidado el tema.
Las ruinas son de origen fenicio. Un tiempo después pasaron por allí los romanos dejando su impronta. Su situación frente al mar lo convierte en un lugar privilegiado donde soñar con tiempos pasados, con naves fenicias y romanas llegando a su puerto. Era curioso el basalto que asomaba en ciertas zonas del suelo y la peculiaridad de la construcción de las casas fenicias, con su porche, a diferencia de los romanos con sus patios interiores.
Tras la visita, nos dirigimos en las inmediaciones a visitar la iglesia paleocristiana de San Giovanni Sinis. Es la segunda iglesia más antigua de la isla. Siglo IX. Impresionante y original.

Iglesia paleocristiana de San Salvatore


Al regreso hacia nuestro alojamiento visitamos el pueblo de “San Salvatore”, de casas pequeñitas y peculiares y con una una cripta visitable. Cuentan que allí se apareció el Santo. El pueblo está deshabitado, lo original es que siempre lo estuvo y los dueños actuales de las casas sólo vienen una semana al año durante las fiestas.
En el camino de vuelta, paramos en Oristano. Visitamos el centro histórico y cenamos en una pizzería con solera. Para mi deleite, tenían una carta variada sin gluten y pudimos cenar una buena pizza. A continuación, paseo nocturno y disfrutar de la bonita música, que sonaba a Bosa, de un grupo que tocaba en una de sus calles.
Al día siguiente, teníamos  la idea de seguir disfrutando del precioso agroturismo de Francesca (que por cierto habla muy bien español)  y de las playas de la zona, pero desafortunadamente nos recordó que teníamos la salida tras el desayuno, así que tuvimos que improvisar nuevos planes.

Nuestro siguiente destino era Alguero. Alojamiento en otro agroturismo, “Sa Mandra”. Teníamos unas dos horas de viaje y decidimos hacerlas por la costa. Un camino más largo que por la carretera de interior, pero mucho más pintoresco y de una gran belleza paisajística.
Paramos en una playa durante la ruta y nos dimos un baño. Comimos y seguimos nuestro camino. Hicimos una breve parada en “Bosa”, pueblo pintoresco con sus casas de colores, sus puentes y sus canales. En una plaza, tomamos un típico helado artesanal. Buenísimo.

Interior del agroturismo


Proseguimos nuestra ruta hasta llegar al agroturismo. Sa Mandra, es un referente en cuanto a la protección de la cultura sarda.Se le podría considerar un museo de antropología por  sus colecciones de objetos antiguos. Utensilios de labranza, telares, bordados típicos enmarcados en cuadros, esculturas, cerámica, libros, relojes, muebles y un largo etcétera. Aún conserva ese halo de explotación rural, con un cierto toque turístico añadido. Tiene caballos, gallinas, ovejas, cerdos y campos de cultivo. Por ponerle un pero, sería su cercanía al aeropuerto y a la carretera. Si bien el nivel de ruido es bajo, seria de agradecer, un mayor silencio.
El encargado, desconozco si es el dueño, es español. Recuerdo especial de la encargada de la cafetería y habitaciones. Mujer sarda de mediana edad, simpática, servicial y entrañable. Nos dijo que allí se habla un dialecto del catalán medieval. También nos contó que a ella le gustaría viajar a España con su hija, de una edad similar a la de mi hija Gema, cuando se jubilase.
Esa noche no cenamos en el alojamiento ya que nos resultaba demasiado caro para nuestra economía. Fuimos a Alguero, una ciudad que la llaman la pequeña Barceloneta. En mi opinión me recordaba más a Palma de Mallorca, especialmente la zona del puerto, pero en algunas zonas podía tener un cierto parecido con Sitges o alguna zona de Barcelona.

Vista de Alghero desde el puerto


Allí cenamos en un restaurante llamado “Aragones”. Sitio concurrido, con una ventaja especial para mi, ya que tienen una gran variedad de platos para celíacos. Inconvenientes: la espera y cierta antipatía de algún encargado, no de los camareros. La cena estuvo muy buena. Un plato de pasta sin gluten muy bien cocinado. Al dia siguiente volvimos a cenar allí, un pescado riquísimo pero caro, ya que no sabíamos que el precio del pescado que pone en la carta es según el peso del mismo.
Tras la cena, dimos un paseo nocturno por Alguero. Hacia fresquito, así que una chaquetita no estorbaba. Fue una de las cosas que nos sorprendió de Cerdeña. Después de haber registrado según las noticias, temperaturas máximas históricas, esa semana tuvimos un clima maravilloso. Cálido por el dia, fresco por la tarde noche y sin esa sensación de humedad intensa que suele tener el mediterráneo en verano.
Por la mañana intentamos ir a una playa llamada “Punta negra”. El GPS, nos jugó una mala pasada ya que nos llevo al norte de la isla, a una urbanización del mismo nombre llena de unas calas pedregosas. No había rastro de la paradisíaca playa. Cuando nos dimos cuenta del error, después de caminar bastante rato, cogimos de nuevo el coche y buscamos un nuevo destino.
Esta vez, tuvimos suerte y acabamos en la playa Ezzi Mannu en Stintino. Una Playa preciosa, nada que envidiar a las del Caribe. Nunca he visto un agua tan cristalina. El paisaje espectacular, sólo ensombrecido por una antigua industria petroquímica en la distancia, hacia el lado izquierdo. Está a 15 kms de la famosa playa de la Pelosa, la cual no pudimos ver por tener el aforo completo. Nos bañamos y comimos allí. Corría un viento fresco en la sombra y se estaba realmente en el paraíso. Por la tarde nos fuimos al alojamiento y repetimos restaurante en Alguero. Al día siguiente amaneció lluvioso así que cambiamos la playa por una visita cultural.
Después de una paseo por el centro y poder aparcar, realmente complicado, pasamos a ver el museo arqueológico, pequeñito pero una joya. Cerdeña tiene una larga historia. Desde sus construcciones megalíticas, de aproximadamente 3.500 años a.c, que recuerdan a su vecina Menorca, hasta su paso por fenicios, romanos y corona de Aragón, que dejaron su huella en la isla. Comimos en Alguero, aunque fue bastante complicado. Al final encontramos un pequeño restaurante cerca de la zona de la muralla y del mar. Ensalada y pescado. Bueno, pero algo caro. Al final paró de llover y salió el sol, así que aprovechamos para ir a la playa del Lazzaretto. Una bonita cala en un entorno privilegiado. Allí coincidimos con un matrimonio español y sus hijos pequeños. Nos contaron su viaje desde Barcelona con su propio coche tomando el barco. Nos recomendaron especialmente las islas y la zona este. Ese año no daba tiempo a visitarlo, así que esperamos que pueda ser el próximo.
Tras el baño, cogimos el coche y fuimos a visitar la zona de Capo Caccia. Espectacular. Mucho viento. La cueva de Neptuno estaba cerrada por el temporal. Nos encantó la zona. Lugar para volver.

Panorama desde Capo Caccia


De camino visitamos Nuraghe Palmavera. Lugar arqueológico de 3.500 a.c. Está en la carretera que une Capo Caccia y Alguero. Como señalé anteriormente, me recordaba las construcciones de Menorca, los Talayots, con sus formas circulares de grandes piedras. Recintos defensivos o de almacenamiento. Estaría bien que se investigara más sobre este tema y la posible conexión entre estas culturas megalíticas.
Regresamos al agroturismo de la que sería ya nuestra última noche. Dimos un paseo nocturno por el recinto que mereció la pena.
Al día siguiente teníamos que partir hacia Cagliari.
Desayunamos y nos despedimos visitando el lugar con más detenimiento. Estuvimos dándoles de comer a los confiados caballos, y nos acercamos a ver donde tenían a las ovejas, gallinas y cerdos.
De camino a Cagliari, paramos a visitar la necrópoli di Anghelu Ruju. De entre 2.700 a 3.300 a.c.,  36 tumbas de momento excavadas. Es probable que haya muchas más. Se permitía entrar en ellas. Me recordaba a Creta, Grecia, con esas cabezas de toro, de grandes y estilizados cuernos, que hay esculpidas en alguna de ellas. Es una señal de identidad en Cerdeña. Máscaras y orfebrería a la venta con estos motivos. Preciosos  los anillos y collares en plata. Muy originales y bien trabajados.

Necropoli di Anghelu Ruju


El camino hacia Cagliari era largo, unas tres horas atravesando y disfrutando del paisaje rural del interior de la isla. Intentamos comer en un pueblo de camino, pero era difícil por la hora, ya que suelen comer más pronto que en España. Así que compramos en un supermercado algunas viandas y comimos en una placita del pueblo. El lugar era curioso, sencillo pero bien cuidado, y aunque no parecía que tuviese muchos residentes, si se notaba que era un lugar habitado y vivo. No un simple decorado turístico.
En Cagliari,nos alojamos en un establecimiento peculiar. Estaba en una zona residencial antigua, llena de casonas y palacetes de primeros del siglo pasado. El hotel pertenece a una Fundación, obra social que ayuda a jóvenes sin recursos por orfandad u otros motivos. Les proporciona formación y trabajo en el hotel y en el restaurante.
La antigua villa tenia encanto. Nos alojaron en una habitación que, aunque bonita, daba hacia la cocina y tenia mal olor. Solicitamos si era posible el cambio, y éste fue a mejor. La habitación nueva tenía incluso una pequeña biblioteca dentro y  mucho gusto en la decoración.
Esos días soplaba el Mistral, así que decidimos ir a playas protegidas del fuerte viento.
El dia de llegada, fuimos a cala Mosca, cerca de la playa del Poetto. Bonita playa pero muy concurrida.  Nos pudimos dar un baño vespertino, agradable, pero no comparable a la belleza de otras playas de la isla. Por la noche fuimos andando hasta el centro de la ciudad, aproximadamente diez minutos. Paseamos la ciudad con una temperatura fresca. Hacía falta prenda de abrigo.
Cagliari es muy mediterránea y es quizá donde más se nota la influencia italiana en sus edificios renacentistas.
Cenamos en un pizzería-trattoria que ofrecía comida sin gluten. Unas tablas de quesos, embutidos y ensaladas. Todo muy bueno.
Dimos un pequeño paseo por la ciudad tras la cena y después nos dirigimos a  nuestro alojamiento.
Al dia siguiente, tras un completo desayuno en el hotel, donde tenían en cuenta ofrecer opciones sin gluten y un servicio amable, nos fuimos a la playa de Maria Pita. Desafortunadamente corría un fuerte viento y tuvimos que cambiar de planes. Desde  la carretera divisamos otra cala que podria estar protegida del viento. Alli si pudimos darnos un baño y pasar la mañana.
Por la tarde nos fuimos a visitar Cagliari. Desde el Bastione de San Remy se contempla un bonito panorama de la ciudad y una puesta de sol preciosa amenizada con músicos. Visitamos también la Catedral, y el Palacio del Vice-rey.

Bastione de Sant Remy

En la catedral estaban tocando el órgano. Destacar la bonita y exuberante decoración interior en contraste con su austera fachada, así como la zona de la cripta.
Las calles que rodean la Catedral, al igual que está sucediendo en numerosos pueblos y ciudades, estaban casi deshabitadas, rozando el estado de abandono y ruina.
Fuimos a cenar al hotel, donde el menú de trece euros, ofrecía una muy buena relación precio calidad. Me prepararon una pasta sin gluten con pesto,excelente. Gema disfrutó especialmente de sus platos.
Al día siguiente, nuestro penúltimo dia, decidimos ir a visitar la zona de Chia. Primero nos fuimos camino de la famosa playa de Tuerredda. Las entradas son limitadas y lamentablemente cuando llegamos, el cupo estaba lleno. Hay que reservarlas con días de anticipación,  si quieres asegurarte poder acceder.
Nos dirigimos entonces a Cala Cipolla, (Cala cebolla en español) que estaba  en los alrededores. La playa era muy bonita. Había que dejar el coche en un aparcamiento de pago y desde allí, por senderos entre dunas, se llegaba a la cala. Había bastante gente por ser fin de semana, pero el agua estaba limpia, muy trasparente y permitía el baño, al estar protegida del viento.
Tras la comida de picnic  y una pequeña siesta, regresamos a Cagliari para seguir visitando la ciudad. Dimos un paseo por sus calles, comimos un rico helado italiano, y compramos algunos regalos.
Volvimos a cenar en el hotel. En esta ocasión, pedí  ensalada de pulpo, muy buena aunque un tanto escasa.  Mi hija repitió plato de pasta. Tras la cena, nos fuimos a descansar. Al día siguiente partíamos hacia Barcelona. Como el avión salía a las 14 h, nos dio tiempo para hacer una breve visita a  playa Poetto, zona del puerto. Gema pudo darse un baño rápido y con tristeza nos despedimos de la hermosa Cerdeña.

En resumen, un bonito viaje. Muy contentas y satisfechas con la organización de la agencia. Y agradecidas a la amabilidad de la isla y sus gentes. Ojala que el próximo año podamos  completar nuestra visita a este hermoso rincón del mediterráneo.

Diario de viaje de Alicia L.

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